La corona de Aragón

La corona de Aragón

La formación de la Corona de Aragón: de Petronila a Jaime I el Conquistador

En 1137 Ramiro II el Monje concertó el matrimonio de su hija Petronila con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, retirándose ese mismo año al monasterio de San Pedro el Viejo (Huesca).

Puerta de la iglesia del Monasterio de San Pedro el Viejo de Huesca

El gobierno del reino quedaba en manos de su yerno, aunque sólo Petronila llevaría el título de reina a partir de la muerte de Ramiro, en 1157. El matrimonio, celebrado en 1150, supuso la unión del reino de Aragón y el condado de Barcelona y, por tanto, el nacimiento de una nueva unidad política, la Corona de Aragón. Ello significaba que, aunque cada territorio mantuviese leyes y fueros propios, quedaban bajo el dominio de un único poder: el del Rey de Aragón. El predominio teórico que Aragón ejerció en estos primeros momentos de la Corona se contrarrestó con la hegemonía eclesiástica que, desde la sede episcopal de Tarragona, ejerció Cataluña, a lo que sumará la superioridad económica y el predominio político que alcanzó en los siglos posteriores. Sin embargo, el título de "Rey de Aragón" siempre precedió al de "Conde de Barcelona".

Escudo de la Corona de Aragón

La expansión catalano-aragonesa continúa más allá de los Pirineos, sobre todo a partir de 1144, cuando Ramón Berenguer IV se hace cargo de la tutela de su sobrino, el Conde de Provenza y recibe el vasallaje de varios señores de la zona. Al mismo tiempo, persisten las pretensiones aragonesas sobre Navarra y, en 1151, castellanos y aragoneses firman el Tratado de Tudillén por el que, además de repartirse Navarra, se establecen las futuras zonas de conquista de cada reino frente al Islam: el conde recibiría la ciudad de Valencia con toda la tierra desde el Júcar, así como el reino y la ciudad de Murcia (excepto las plazas de Lorca y Vera), con la condición de prestar homenaje feudal al rey de Castilla. Esta dependencia feudal se mantendrá hasta 1177, año en que se suprime a cambio de que el conde-rey aragonés renuncie a la conquista de Murcia. Entre 1148 y 1149, Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe de Aragón, conquista, con la intervención de templarios y hospitalarios, las plazas de Mequinenza, Fraga y lo que se conocerá como Cataluña Nueva (Tortosa y Lérida).

Grandiosa estampa del castillo de Mequinenza, Zaragoza

Los últimos enclaves musulmanes, Miravet y Siruana, capitularon en 1153. Colabora además en la toma de Almería por Alfonso VII de Castilla. Estas conquistas permitieron la rápida repoblación del Bajo Aragón y de la Cataluña Nueva. El mayor atractivo para los repobladores eran las cartas de franqueza otorgadas por Ramón Berenguer IV, que promovía privilegios y libertades desconocidas para los campesinos de la Cataluña Vieja desde que se implantara allí un régimen feudo-señorial en el siglo XI. En 1151 se funda Villafranca del Panadés para asegurar el enlace Tortosa-Barcelona y, en 1157, fue repoblada Alcañiz, a la que se otorgó el fuero de Zaragoza.

Detalle interior de la capilla del castillo de Alcañiz

La presencia de las Órdenes Militares en el reino tomó entonces auge. Las pretensiones de éstas sobre el testamento de Alfonso I el Batallador fueron compensadas mediante acuerdos firmados en los años posteriores a la unión en los que se les cedía diversos bienes y privilegios. La Orden del Hospital tuvo su encomienda principal en 
Mallén, la del Santo Sepulcro tuvo importantes propiedades en Calatayud y la del Temple tuvo sus bienes más preciados en los señoríos de Monzón (desde 1149) y, ya con Alfonso II, en el de Tortosa (1182).

Alfonso II el Casto

Alfonso II el CastoAlfonso II el Casto (1163-1196) es el primer rey de Aragón-conde de Barcelona. Con él la expansión catalano-aragonesa en Occitania alcanzó su máximo desarrollo ya que, tras la muerte sin descendientes del conde Ramón Berenguer III de Provenza, consiguió la renuncia de Raimundo V, conde de Toulouse, a sus posibles derechos sobre Provenza en 1176. Sin embargo, con su testamento volvería a separar estos territorios pues, mientras que las posesiones peninsulares quedaban para el primogénito, Pedro, la Provenza fue confiada a su segundo hijo, Alfonso.

Frente a las constantes hostilidades que mantuvo con el reino de Navarra, su política respecto a Castilla fue de colaboración amistosa. Fruto de ella sería su matrimonio con la hija de Alfonso VIII, doña Sancha, madre del futuro Pedro II; el fin del vasallaje al que se había obligado su padre, Ramón Berenguer IV, con los reyes castellanos; y la firma del Tratado de Cazola (1179) por el que se modifican de nuevo las zonas de influencia sobre territorio islámico: mientras Aragón se adjudica el derecho de conquista sobre el reino islámico de Valencia, Castilla hace lo propio con el territorio situado al sur de Biar, es decir, el reino de Murcia. Con ello se fijaban los límites entre Castilla y Aragón, ratificados después en el Tratado de Almizra de 1244.

Castillo de Alcalá de la SelvaContinuó la reconquista con la toma de Valderrobres, Alfambra y la cuenca de este río hasta más allá de Teruel. Participó en las campañas de Castilla contra Cuenca (1177) y consiguió atraer a su influencia el señorío independiente de Albarracín, a pesar de los intentos de Alfonso VIII por asegurar la autoridad castellana en esta zona. Estas conquistas supusieron la incorporación y organización de toda la zona meridional del reino de Aragón que se caracterizará por un enorme vacío territorial ya que sólo se mantienen comunidades mudéjares de cierta importancia en Calanda y Alcañiz. Las poblaciones se dotan de un régimen foral propio de las tierras de frontera, siendo el mejor exponente de este tipo de fueros el de Teruel. Otro fuero, el de Alcalá de la Selva, permitía, a fin de atraer pobladores, la llegada de delincuentes cuyas penas eran condonadas a cambio del avecindamiento.

Pedro II el Católico

Pedro II el Católico (1196-1213) subió al trono de la Corona de Aragón a la muerte de su padre, Alfonso II. Durante su reinado se produjo la difusión del catarismo en el Languedoc. Se trataba de un movimiento herético contra el cual el rey Felipe II Augusto de Francia (1180-1223) organizó una cruzada auspiciada por Inocencio III a fin de erradicar la herejía. Ante ello, el conde de Toulouse buscó la ayuda de Pedro II, quien respondió a la llamada de auxilio de sus vasallos occitanos poniéndose al frente de un ejército. Sin embargo, la victoria de los cruzados, liderados por Simón de Monfort, no sólo sobre los cátaros o albigeneses y la nobleza local, sino también sobre Pedro II de Aragón, muerto en la batalla de Muret (1213) tratando de defender a sus vasallos filocátaros del sur de Francia, facilitó el dominio de Francia sobre esta zona.

Jaime I el Conquistador

A Pedro II le sucedió, con tan solo cinco años de edad, su hijo Jaime I el Conquistador (1213-1276) cuyo dilatado reinado ocupa la mayor parte del siglo XIII. La muerte de su padre en Muret obligó a los aragoneses a renunciar a su presencia en Occitania y a buscar su expansión por el Levante peninsular y el archipiélago balear.

Estatua de Jaime El Conquistador en la ciudad de Valencia

Los primeros años del reinado de Jaime I estuvieron dedicados a luchar contra los nobles. La muerte de Pedro Ahonés a manos de los hombres del rey desencadenó un levantamiento general en Aragón cuyas principales causas pueden verse en el creciente malestar de los aragoneses por la pérdida de importancia del reino de Aragón frente al principado de Cataluña. La revuelta, a la que se unieron algunos nobles catalanes como Guillén de Montcada, vizconde de Bearn y señor de importantes dominios en Aragón, acabó en 1227 con unos acuerdos en los que los nobles fueron perdonados. Sin embargo, la oposición aragonesa se mantendrá latente durante todo el siglo XIII y gran parte del XIV.

Tras pacificar el reino, Jaime I se lanza, en 1229, a la conquista de las islas Baleares. Aprovechó las condiciones favorables del momento pues la crisis interna que atravesaban los musulmanes peninsulares y los norteafricanos no les permitiría socorrer a los mallorquines. Contaba además con el apoyo de las ciudades catalanas, Barcelona sobre todo, interesadas en poner fin a las actividades comerciales y piráticas de los mallorquines. Organizada la expedición en 1229, la isla de Mallorca se rindió en diciembre de ese año, Menorca se declaró tributaria del rey en 1231 e Ibiza fue conquistada en 1235 por el antiguo conde de Urgel, Pedro de Portugal, por el conde Nuño Sánchez y por el arzobispo de Tarragona. Una vez sometida Mallorca, la mayoría de los musulmanes se exilió a Granada o al norte de África por lo que prácticamente toda la isla fue repartida entre los conquistadores. La repoblación, al igual que la conquista, la llevaron a cabo catalanes, siendo el Llibre del Repartiment de Mallorca una valiosa fuente para conocer cómo se desarrolló ese proceso.

Murallas y castillo de Morella, Castellón

Gracias a la conquista de Baleares tuvo lugar la incorporación del condado de Urgel al principado de Cataluña pues, en 1231, Jaime I llegó a un acuerdo con Pedro de Portugal, viudo de Aurembiaix de Urgel, por el que, a cambio de su renuncia al condado urgelitano, le cedía el señorío de Mallorca y Menorca. No obstante, en 1244 cambió el señorío de las islas por el de los castillos y villas de Murviedro, Segorbe, Castelló de Burriana y Morella.

Castillo de CulleraEn territorio peninsular acometió, poco después de la ocupación de Mallorca, la conquista del reino de Valencia, empresa en la que invirtió más de trece años (1232-1244). Se pueden distinguir en ella varias fases. En un primer momento, los nobles aragoneses y las milicias de Teruel son los que llevan la iniciativa y se toma Morella, Ares, etc. (1232), pero en seguida el rey se pone personalmente al frente de la empresa y ocupa Burriana y Peñíscola (1233) y el resto de la Plana castellonense. Más tarde se conquista la huerta valenciana, incluida la capital del reino (1238). Finalmente, las tropas reales incorporan la zona del Júcar entre 1239 y 1245 (Cullera, Alcira, Játiva y Villena).

Castillo de Villena. Alicante

En 1244 firma con el infante Alfonso de Castilla (futuro Alfonso X) el Tratado de Almizra por el que cedía al rey castellano las tierras conquistadas y repobladas al sur de Alicante.

En la repoblación de Valencia, los nobles aragoneses y las Órdenes Militares, que habían iniciado la conquista, recibieron extensas posesiones en el Maestrazgo y la mayor parte de la actual provincia de Castellón. Una vez conquistada Valencia (1238), la propia Monarquía fue quien dirigió la repoblación hasta el río Júcar instalando preferentemente campesinos catalanes en el litoral y aragoneses en el interior. En las tierras de regadío situadas al sur de Júcar, donde la mayoría de las poblaciones habían capitulado en lugar de ser tomadas por la fuerza, se mantuvo a la mayoría de la población mudéjar.

Puerta románica del Palau. Catedral de Valencia

Frente a las pretensiones de los nobles aragoneses de que el nuevo territorio incorporado fuese una prolongación de Aragón y se rigiese por el fuero aragonés, Jaime I prefirió considerarlo como un reino aparte y dio fuero a la ciudad y reino de Valencia en 1240. Pero, en 1283, cuando el reino esté amenazado por tropas francesas, Pedro III tendrá que ceder a las exigencias nobiliarias y aceptar la coexistencia de los fueros aragonés y valenciano.

Por otro lado, el abandono por parte de la Corona de Aragón a sus derechos en el sur de Francia (Provenza y el Languedoc) se materializó en 1258 con la firma del Tratado de Corbeil por el que, a cambio de la renuncia a los hipotéticos derechos del rey de Francia sobre Cataluña, renunció a los aragoneses, mucho más reales, sobre el Sur de Francia. De este modo, los tratados de Almizra y Corbeil pusieron fin a la expansión aragonesa por tierra y le dejaron como única posibilidad de despliegue el mar. Se inicia así con Jaime I la gran expansión catalano-aragonesa por el Mediterráneo en la que hay que situar también la frustrada cruzada que emprendió hacia Tierra Santa en 1269.

Tras su divorcio de Leonor de Castilla, en 1236 contrae matrimonio con Violante de Hungría. La segunda esposa de Jaime I aspiraba a dejar a sus hijos en una buena situación, en perjuicio de don Alfonso, nacido de la unión con Leonor. Ello fue causa de discordias que desembocaron en un desmembramiento del reino, fruto de la visión patrimonial del mismo preponderante en la época. Así, el testamento de Jaime I dejaba Aragón a Pedro III y el reino de Mallorca y los dominios ultrapirenaicos (Rosellón, Cerdaña y el señorío de Montpellier) al infante Jaime.

Los sucesores de Jaime I el Conquistador y la gran expansión por el Mediterráneo de la Corona de Aragón

El reinado de Jaime I supone el inicio de un proceso de expansión por el cual la Corona de Aragón se convertirá en una gran potencia mediterránea. A la conquista de Baleares hay que sumar el establecimiento de toda una red de consulados, los consulados del mar, que serán piezas básicas en la expansión comercial catalana por el Mediterráneo.

Palacio real de la Almudaina. Palma de Mallorca

Los comerciantes catalanes establecen consulados en Alejandría, Chipre, Beirut, Damasco y Tiro, además de los de Sevilla, Lisboa o Brujas. Por su parte, los comerciantes y marinos mallorquines inician la ruta de Canarias, que acabaron abandonando. Además de estos consulados, aparecieron otros en las principales ciudades y puertos de la Corona de Aragón. Fueron éstos los que desarrollaron toda una serie de leyes y costumbres que acabaron reuniéndose en el Llibre del Consolat de Mar, que tendrá gran predicamento en las relaciones comerciales del Mediterráneo desde fines del siglo XIII. Esta expansión comercial no va a tardar en ir acompañada de una expansión política y militar, sobre todo a partir del reinado de Pedro III el Grande.

Maquetas de las atarazanas de Valencia, construidas en el siglo XIV. El comercio mediterráneo fue el principal motor de la Corona de Aragón

Pedro III el Grande

Sucesor e hijo de Jaime I, Pedro III (1276-1285) estaba casado desde 1262 con Constanza, hija de Manfredo de Suabia, regente de Sicilia. Aprovechando las Vísperas Sicilianas de 1282, una revuelta contra los franceses que, al mando de Carlos de Anjou, dominaban la isla tras haber dado muerte a Manfredo, Pedro III la invadió, siendo recibido como libertador y coronado rey en la catedral de Palermo. La flota catalana, dirigida por el napolitano Roger de Lauria llegaba a la isla y derrotaba a Carlos de Anjou en Mesina.

Sicilia pasaba a engrosar así los dominios de la Corona de Aragón. Ello trajo como consecuencia que el Papa Martín IV excomulgase a Pedro III y adjudicase sus estados a Carlos de Valois, segundo hijo del rey de Francia, quien se preparó para invadir los territorios peninsulares aragoneses. Contó para tal propósito con el favor de Jaime de Mallorca, quien estaba deseoso de acabar con el vasallaje que debía a su hermano, el rey de Aragón, desde el Tratado de Perpiñán (1279). Así, Jaime permitió al ejército francés el paso por el Rosellón, llegando a invadir Gerona y el valle de Arán. Fracasada esta invasión, los sucesores de Pedro III procuraron solucionar su enfrentamiento con el Papado, sin sacrificar la expansión mediterránea.

En el interior del reino, la inseguridad fronteriza, a causa de la tensión con los vecinos franceses, sumado al hecho de la excomunión del rey, fue aprovechada por los nobles aragoneses que, en 1283, se rebelaron en las Cortes de Tarazona para defender sus intereses y privilegios, constituyendo la llamada Unión aragonesa. Ésta exigió al monarca que jurase el Privilegio General, donde se contenían todas las demandas de los nobles y ricoshombres de Aragón sobre exenciones tributarias, inamovilidad en las tierras recibidas, defensa contra la arbitrariedad, veto a los judíos para ejercer diversos cargos, etc., lo cual se vio obligado a hacer en las Cortes de Zaragoza. La autoridad real veía recortadas sus facultades frente a los nobles, quienes impusieron a los sucesivos monarcas la obligación de jurar los fueros y libertades del reino de Aragón antes de ser proclamados reyes.

Alfonso III y Jaime II

Alfonso III, hijo de Pedro III, fue el primero en cumplir con el juramento, iniciando así una costumbre que se mantendrá hasta el reinado de Carlos II. El juramento se efectuaba en la ceremonia de coronación de los reyes, que tenía como escenario la catedral de la Seo de Zaragoza. Algunos años después, Alfonso III el Liberal (1285-1291) hubo de suscribir otro documento en esta línea, el Privilegio de la Unión (1288), que suponía una auténtica humillación para el monarca.

Cabecera de la Seo de Zaragoza

Alfonso había subido al trono en 1285, al morir su padre Pedro III. Durante su breve reinado practicó una política de conciliación con Francia y con el Papado. Arrebató a su tío Jaime el reino de Mallorca, que vuelve a formar parte, de este modo, de la Corona de Aragón, y a los musulmanes la isla de Menorca (1285-1286). Dejó sus estados a su hermano Jaime, con la condición de que éste cediese el reino de Sicilia a otro hermano, Fadrique, a quien, por el Tratado de Caltabellota, se concedía la posesión vitalicia del reino.

Corona de Aragón en tiempos de Jaime II

Con Jaime II el contencioso con la casa de Anjou por Sicilia se va liquidando gracias a la firma de acuerdos como los de Anagni (1295) y Caltabellota (1302). Por el primero de ellos, Jaime II obtenía derechos sobre Córcega y Cerdeña a cambio de renunciar a Sicilia y Baleares, que, no obstante, permanecían en manos de miembros de la dinastía. Continúa la expansión de la Corona de Aragón por el Mediterráneo y así, durante su reinado, tiene lugar la creación en Grecia de dos nuevos estados catalanes: los ducados de Atenas y Neopatria (1311-1391). El cronista Ramón Muntaner (1256-1336) dejó una viva descripción de esta campaña de los almogávares en Oriente, quienes, al servicio, primero, del emperador de Bizancio y, después, de algunos señores francos de Grecia, lograron una importante victoria en el río Cefis (1311) dirigidos por Roger de Flor.

Más costosa pero también más duradera fue la ocupación de la isla de Cerdeña (1323-1324) dada la fuerte hostilidad de los Doria, Arborea y otros clanes sardos que contaron con el apoyo de pisanos y, sobre todo, de genoveses contra los aragoneses. Y es que la conquista de Cerdeña hubo de dar paso a una gran rivalidad entre Génova y Barcelona como potencias económicas en el Mediterráneo occidental.

Pedro IV el Ceremonioso

Tras el breve reinado de Alfonso IV el Benigno (1327-1336), lleno de disensiones con la nobleza, subió al trono, en 1336, Pedro IV el Ceremonioso (1336-1387). Éste venció a los nobles aragoneses de la Unión en la batalla de Épila (1348). Con ello se imponía el autoritarismo regio. No obstante, el Privilegio General se mantendrá y el papel del Justicia seguirá siendo de gran importancia.

En lo que se refiere a las relaciones con Castilla, aunque en 1340 participó en la Batalla del Salado, colaborando con Alfonso XI en la lucha contra los benimerines y la protección del estrecho de Gibraltar, en 1356 estalla la denominada "guerra de los dos Pedros", en la que Pedro IV hubo de enfrentarse con su homónimo castellano, Pedro I el Cruel.

Claustro del Monasterio de Veruela, construido tras la Guerra de los Dos Pedros

La guerra, en cuyo desencadenamiento tuvo gran peso la alianza existente entre castellanos y genoveses, estuvo marcada por la superioridad de los castellanos, quienes lograron tomar Daroca o Calatayud, saquear Orihuela y razziar todo el litoral levantino, llegando a atacar a la propia Barcelona. Para contrarrestar su inferioridad, Pedro IV buscó la ayuda de Enrique de Trastámara, hermanastro del rey castellano y cabeza del turbulento estamento nobiliario y, sobre todo, el apoyo internacional, lo que convertirá a la Península Ibérica en un nuevo escenario de la Guerra de los Cien Años.

Iglesia - fortaleza de Tobed, construida durante los años de la Guerra de los dos Pedros

La guerra, que acabó con la muerte de Pedro I y la entronización de la dinastía Trastámara en Castilla, no tuvo, sin embargo, consecuencias claras para Aragón. No obstante, en el transcurso de la misma tuvo lugar la creación de una institución encargada de controlar la recaudación y reparto de los subsidios otorgados por las Cortes al rey para la financiación del conflicto, la cual, con el tiempo, llegará a tener atribuciones políticas: la Diputación del General (1359).

Su actitud cara al Mediterráneo estuvo marcada por una política de reintegración de los estados dispersos de la dinastía catalana. Así, logró la incorporación del Rosellón, la Cerdaña y Baleares después de la derrota y muerte en Luchmayor (1349) del último monarca independiente mallorquín, Jaime III. En Sicilia, gracias a una acertada política matrimonial, se sentaron las bases para una futura incorporación de la isla a la Corona aragonesa cuando muera sin herederos varones Federico el Simple (1377). Pero en Cerdeña los intentos por pacificar definitivamente la isla resultaron infructuosos.

A Pedro IV le sucedió Juan I el Cazador (1387-1395), en cuyo reinado se perdieron los ducados de Atenas y Neopatria. En 1391 tuvo lugar una explosión antisemita con ataques y destrucción de juderías como las de Barcelona o Valencia, ciudad en la que San Vicente Ferrer pronunció sus exaltadas predicaciones.

El Compromiso de Caspe

Durante su reinado, Martín I el Humano (1396-1410) buscó el fin del cisma de la Iglesia, permitiendo a Benedicto XIII, el Papa Luna, refugiarse en Peñíscola, donde permaneció hasta su muerte reivindicando sus derechos al pontificado.

Vista del mar desde el castillo de Peñíscola

Con su fallecimiento en 1410 se abre una crisis de sucesión, puesto que Martín el Joven, su único heredero, había muerto un año antes sin descendencia legítima. Sin embargo, gracias al Compromiso de Caspe, se supo solucionar el problema sin necesidad de llegar a un conflicto armado, algo raro en la época cuando de cuestiones sucesorias se trataba. En un primer momento, los únicos candidatos con posibilidades reales para subir al trono eran Jaime de Urgel y Luis de Anjou, duque de Calabria. Sin embargo, el asesinato, en julio de 1411, del arzobispo de Zaragoza, cabeza de los partidarios de Luis de Anjou, llevó a sus partidarios a buscar un nuevo candidato capaz de hacer frente a los Luna, firmes defensores de Jaime. Y éste era el regente castellano, Fernando de Antequera, quien entró con tropas en Aragón. Ante la falta de unanimidad se decidió la reunión de las Cortes de Cataluña, Aragón y Valencia. Los parlamentarios acordaron por la Concordia de Alcañiz (febrero de 1412) confiar la elección del nuevo rey a nueve compromisarios, tres por cada territorio, para que deliberasen y eligiesen al nuevo monarca. Uno de ellos fue San Vicente Ferrer, elegido por Valencia. El fruto de su reunión fue el llamado Compromiso de Caspe (24 de junio de 1412) por el que Fernando de Antequera subía al trono de la Corona de Aragón como Fernando I.

Con ello se introducía en Aragón la dinastía Trastámara, la misma que reinaba en Castilla. El Compromiso de Caspe fue un hecho decisivo para la Historia de España pues favoreció la ulterior unidad de los dos grandes estados peninsulares bajo una sola corona.

Alfonso V el Magnánimo y Juan II

De Alfonso V el Magnánimo (1416-1458) se dice que fue un monarca más italiano que aragonés puesto que, tras apoderarse de Nápoles, empresa que le llevó veintitrés años (desde 1420 a 1443), estableció allí una de las más importantes cortes renacentistas de la época y se desentendió de sus dominios ibéricos, confiados a su mujer, María, y a su hermano, Juan. A su muerte, Nápoles volvería a separarse de la Corona de Aragón pues proclamó heredero del reino a Ferrante, uno de sus hijos ilegítimos.

San Jorde, del Maestro de JéricaComienzan en esta época los conflictos con Francia en la Península Itálica, los cuales continuarán unos años más tarde con los Reyes Católicos. En 1447, Alfonso V intenta apoderarse de los dominios de los Visconti, duques de Milán y señores de Génova, lo que da lugar a una nueva guerra en la que Francia, Génova, Milán y Florencia se enfrentan a la Corona de Aragón, apoyada por Venecia.

Al morir sin descendencia legítima, heredó la Corona su hermano, Juan II (1458-1479), que ya era rey consorte de Navarra desde 1425. De su matrimonio con Blanca de Navarra había nacido Carlos, príncipe de Viana, que era su legítimo sucesor. Pero las desconfianzas y enfrentamientos entre el monarca y su hijo acabaron en un levantamiento por el que Juan II se vio obligado a firmar la Concordia de Villafranca (1461), culmen del llamado pactismo: el rey no podía entrar sin permiso en Cataluña, donde el poder sería ejercido por Carlos de Viana bajo el control de la Diputación y otros organismos. Sin embargo, la muerte ese mismo año del príncipe de Viana desemboca en una guerra civil que enfrentará a los catalanes entre 1462 y 1472 y que se puede explicar por varias circunstancias:

  • El problema de los payeses de remensa, campesinos que pedían la supresión de los malos usos o usatges señoriales (entre ellos la remensa), restablecidos a partir de la peste negra como consecuencia de la despoblación de los campos catalanes y la consecuente y considerable reducción de los ingresos señoriales. Una de sus principales reivindicaciones era conseguir la libertad de movimiento pues no podían abandonar la tierra sin antes pagar al señor una cantidad en concepto de redención o remensa. Sin embargo, la resistencia de la nobleza a aceptar los cambios les empujo a la revuelta armada contra los señores.
  • La existencia de dos partidos abiertamente enfrentados en Barcelona por el control municipal: la Biga y la Busca. La primera agrupaba a la oligarquía urbana, a rentistas y grandes mercaderes, mientras que la Busca estaba integrada por artesanos y menestrales, dibujándose pronto en ella un ala radical paralela a la remensa, el Sindicato de los Tres Estamentos.
  • El enfrentamiento entre el Rey y las Cortes, es decir, entre el autoritarismo regio y el pactismo o control del monarca por las Cortes.

La revuelta se precipita con la muerte del príncipe de Viana. Juan II contará para restablecer su autoridad con el apoyo de la Busca y de los remensas, quienes en febrero de 1462 se alzan en armas, capitaneados por Francesc Verntallat, contra sus señores. Tras diez años de guerra, en 1472 se produce la capitulación de Barcelona bajo condición de una amnistía general y del respeto a las Constituciones de Cataluña. A cambio, Juan II obtenía la anulación de la capitulación de Villafranca. La guerra se saldó con la ruina económica del Principado y la pérdida del Rosellón y la Cerdaña como pago a la ayuda que Luis XI de Francia dio a Juan II. El problema remensa quedaba además por solucionar, lo que dará lugar a nuevas revueltas, como la que estalla en 1484 dirigida por Pere Joan Sala y que se extendió por la Plana de Vich y el Vallés.

Fernando II

Fernando II el Católico, rey de Aragón desde 1479, será el encargado de poner fin a esta nueva guerra remensa aplastando la rebelión y ejecutando a sus cabecillas. Sin embargo, Fernando apoyó la solución de compromiso e impone la Sentencia de Guadalupe (1486) por la que se procedía a la supresión de los malos usos.

Estaua de Fernando el Católico en los Jardines de Sabatini de Madrid

En 1469 se había celebrado el matrimonio entre Isabel de Castilla, hermana de Enrique IV, y Fernando, hijo de Juan II y de la noble castellana Juana Enríquez, quien será el último monarca aragonés. Fernando, desde 1474 reina como consorte de Castilla al acceder al trono su esposa Isabel. Cuando cinco años más tarde muere su padre, accede al trono de la Corona de Aragón. Aunque los territorios aragoneses mantendrán sus propios fueros e instituciones hasta el siglo XVIII, se inicia con la unión dinástica una nueva etapa para la Corona de Aragón, marcada por el creciente centralismo y autoritarismo regio, características, por otra parte, de todas las monarquías en los albores de la Edad Moderna.