Barcelona en la edad media

Barcelona en la edad media

Los primeros testimonios de población humana en el territorio que hoy en día configura la ciudad de Barcelona se remontan a unos 4000 años atrás, a fines del neolítico (2000 a 1500 a.C.). De los siglos VII a VI a.C. existen relatos que citan la existencia de poblados de las tribus layetanas (iberos). En esta época también parece haber habido una colonia griega (Kallipolis), aunque los historiadores no se ponen de acuerdo en cuanto a su emplazamiento exacto. Durante la segunda guerra púnica fue ocupada momentáneamente por los cartagineses, aunque pronto se asentaron los romanos.

Estrictamente hablando, la ciudad de Barcelona fue fundada por los romanos a fines del siglo I a.C., sobre un asentamiento ibérico anterior (Barke-no), la Iulia Augusta Paterna Faventia Barcino, establecida alrededor del mons Taber, en la actual plaza Sant Jaume, que desde entonces y hasta nuestros días ha sido siempre el centro político de la ciudad. En el siglo II fue amurallada y tuvo una época de gran prosperidad, si bien la capital de la provincia romana y principal ciudad fue Tarraco, la actual Tarragona.

En el año 415 Barcelona fue conquistada por Ataulfo estableciendo en ella la capital del reino visigodo, que pronto fue trasladada a Toledo. La leyenda dice que los visigodos denominaron Gothland (Tierra de Dios) al actual territorio catalán, que luego las corrientes románticas del siglo XIX entroncaron con la leyenda del santo Grial y precisamente, en recuerdo a estos hechos, Comas Solà denominó Gothlandia a uno de los asteroides descubiertos por él.

En 717-718 Barcelona fue conquistada por el visir al-Hurr dando origen a un período de casi un siglo de dominación musulmana, que concluyó en el año 801 al ser tomada la ciudad por Ludovico Pío al mando de un ejército franco a las órdenes de Carlomagno, que la estableció como gran plaza fuerte del flanco sur del imperio carolingio, la Marca Hispánica (frontera de Hispania), dentro de la Gotia (comprendía territorios del actual Languedoc -la Septimania- es decir, la antigua Galia visigoda y del norte de Cataluña hasta la desembocadura del río Llobregat) nombrando condes para gobernarla.

En el concilio de Troyes (878) el rey franco Luís el Tartamudo invistió al hijo del marqués de la Gotia, Guifré I el Pelós (conocido también como Jofre y Wifredo) conde de Barcelona, Girona y Besalú, iniciándose la dinastía condal de Barcelona, al principio dependiente de los reyes francos. La incursión musulmana de al-Manzur (985) con la destrucción y ocupación momentánea de Barcelona en tiempos del conde Borrell II, significó la independencia de facto de los francos, al no haber prestado éstos la ayuda militar necesaria, quebrantándose los vínculos de vasallaje. Así, en marzo del año 988 Borrell II consumó la independencia al intitularse duque ibérico y marqués por la gracia de Dios. La recuperación de Barcelona fue muy rápida y en el año 1010 devolvió el golpe recibido atacando y saqueando Córdoba, la mayor ciudad de la España musulmana, obteniendo un cuantioso botín. En los dos siglos siguientes, los distintos condados catalanes independientes se fueron uniendo bajo la capitalidad de Barcelona, con una política de alianzas y enlaces matrimoniales que incluyeron gran parte del sur de Francia (desde el Bearn hasta la Provenza), al tiempo que extendieron los territorios a costa de los musulmanes. A partir de este momento es casi imposible desligar la historia de Barcelona de la de Cataluña, pues ambas han sido una sola hasta nuestros días.

Escudo histórico de Barcelona formado por cuatro cuarteles, dos con la cruz de san Jorge y dos con la enseña de los condes de Barcelona. El origen de la enseña condal (la senyera) se ignora, aunque ya aparece en el sepulcro de Ramón Berenguer II, muerto en 1082.

En 1137 el conde Ramón Berenguer IV se casaba con la hija del rey de Aragón que quería proteger su reino de las apetencias castellanas, confederándose ambos territorios con un sólo jefe de estado, en el que sus sucesores tendrían al mismo tiempo el título de rey de Aragón (dominador de Aragón) y el conde de Barcelona, con capitalidad habitual en esta ciudad y denominación de Corona de Aragón. En Cataluña los poderes del conde-rey eran los propios de una monarquía parlamentaria y el gobierno correspondía a la Diputación del General o Generalitat (a partir de 1289), en tanto que el municipal de la ciudad de Barcelona lo ejercía el Consell de Cent. A lo largo del siglo XII Barcelona se enriqueció gracias al debilitamiento de los reinos taifas musulmanes, que debían pagar tributos, y a una creciente flota naval para el comercio. La derrota en la batalla de Muret (1213) terminó con el proyecto de crear un gran estado transpirenaico que abarcara la Occitania.  Esto hizo reorientar la política expansiva de la ciudad hacia el sur y el este, que se prolongó a lo largo de los siglos XIII al XV convirtiendo a Barcelona en la primera potencia marítima del Mediterráneo, tras las conquistas de las Baleares (1228), los reinos de Valencia (1232) y Sicilia (1282), los ducados de Atenas y Neopatria (1311), la isla de Cerdeña (1323) y el reino de Nápoles (1421), así como el establecimiento de consulados comerciales en las principales ciudades marítimas de Europa, norte de África y Asia Menor.

Expansión mediterránea de la casa de Barcelona

Este período floreciente acabó con una gran decadencia, debido a graves crisis demográficas (hambrunas y sucesivas epidemias causadas por la Peste Negra), que dejaron diezmada la población. Posteriormente fueron las guerras civiles, el establecimiento de la corte en Nápoles, la guerra de los remences (revolución agraria) y, para rematarlo, la caída de Constantinopla a manos del imperio otomano, que cerró toda posibilidad de comerciar con oriente desde el Mediterráneo, volviéndose un mar inseguro por la piratería sarracena. El descubrimiento de América (1492) en nada ayudó a la recuperación, pues la unión dinástica de Castilla y Aragón (1497) con los Reyes Católicos no significó la unión de sus reinos, por lo que hasta 1778 (casi tres siglos después de su descubrimiento) no se permitió a los puertos de los estados de la Corona de Aragón comerciar con las colonias americanas, pues eran posesiones de la Corona de Castilla.

La decadencia, con breves períodos de cierta recuperación de Barcelona, se prolongó hasta entrado el siglo XVIII. En medio, tuvo que sufrir la guerra dels segadors (1640-1652) en un primer intento de Castilla de someter a Cataluña, en que Barcelona fue finalmente tomada, pero logrando conservar su autonomía, aunque  representó el desmembramiento de Cataluña pasando la parte norte a dominio francés que perdura hasta nuestros días. La guerra de Sucesión (1705-1714) terminó con la conquista de Barcelona por las tropas castellano-francesas, con la pérdida de las libertades y la autonomía política, el cierre de la universidad, el sometimiento a las leyes de Castilla y la prohibición del uso del idioma catalán en la enseñanza y los documentos públicos. También el reino de Mallorca pasó a depender directamente de Madrid y se perdieron Menorca y las posesiones italianas (Sicilia, Cerdeña y Nápoles).

Palau de la Generalitat, cuya fachada neoclásica oculta el edificio gótico del interior.     Interior de estilo gótico del Palau de la Generalitat, sede del gobierno de Cataluña desde la Edad Media.

A partir de 1725 Barcelona empezó a recuperarse y de los 37.000 habitantes tras la conquista española de 1714, en 1791 ya contaba con 125.000. Con el aumento demográfico, floreció el comercio y la industria (en 1805 la industria textil de la ciudad contaba con 10.000 trabajadores), empezándose a conformar la ciudad moderna: construcción de la Barceloneta, urbanización de las Ramblas, creación de las academias de las Buenas Letras y la de Ciencias Artes, construcción de los palacios de la Virreina y Moja, restablecimiento de la Universidad, etc.

Las ramblas

La pérdida de las colonias americanas sumió momentáneamente a la ciudad en una nueva crisis, con el cierre de unos mercados con los que comerciar. Con la división provincial de 1832 Barcelona se convirtió en capital de provincia. En 1836 fue proclamada la libertad de industria y se sentaron las bases de la revolución industrial. De 115.000 habitantes en 1802 pasó a 250.000 en 1877, desarrollándose la industria algodonera, lanera y la metalurgia, multiplicándose las entidades de crédito. Sin embargo, el siglo XIX no fue en absoluto un período plácido, produciéndose numerosas revueltas y alzamientos: el bombardeo de Barcelona por el general Espartero (1842), primera huelga general (1854), la insurrección de obreros y progresistas, la represión de O'Donnell (1856) que causó 500 muertos entre la población, el estado de sitio en 1868, la huelga general y enfrentamiento con el ejército en 1874 tras el golpe de estado del general Pavía, etc. También hay que destacar el inicio de los grandes movimientos inmigratorios, primero procedentes del Languedoc (sur de Francia). En este siglo dos hechos principales marcaron el futuro de la ciudad. En 1854 se autorizó el derribo de las murallas que impedían su desarrollo urbanístico y en 1859 se aprobó el plan del Eixample de Idelfons Cerdá (la característica cuadricula urbana de Barcelona). La Exposición Universal de 1888, representó el espaldarazo con la equiparación a los países europeos desarrollados y una nueva oleada inmigratoria, esta vez procedente de España.

La Diagonal        

La industria y el comercio conformó una importante burguesía, en tanto que los movimientos sociales y migratorios, dieron entrada a todas las corrientes ideológica del exterior que fue origen del movimiento denominado Renaixença (Renacimiento) en todos los órdenes: literario, pictórico, arquitectónico, científico, político, etc., con constantes choques con sucesivos los gobiernos conservadores de Madrid, encerrados en si mismos, añorantes del pasado tras la pérdida de las últimas colonias. Las protestas por el envío de tropas a Marruecos desencadenó la revolución de la Semana Trágica de Barcelona (1906). La represión militar llevó al triunfo electoral del catalanismo y en 1914 se constituía la Mancomunitat de Catalunya, con lo que Barcelona recuperaba la capitalidad del Principado de Catalunya. El estallido de la primera Guerra Mundial y el aprovisionamiento a las potencias beligerantes enriqueció más a la burguesía, pero el fin de la contienda originó una profunda crisis económica. En 1920 los enfrentamientos sociales llegaron a un punto álgido, con la aparición del pistolerismo ("guerra sucia" entre la patronal y los anarquistas). En 1923 el capitán general Primo de Rivera daba un golpe de estado y se erigía en dictador. A pesar de la nueva represión, fue un período próspero, que culminó con la Exposición Internacional de Barcelona de 1929 y una gran oleada inmigratoria procedente del sur de España. La caída de la dictadura dio como resultado un aplastante triunfo electoral de Esquerra Republicana y la proclamación en Barcelona del Estado Catalán dentro de la República Federal Española. Para frenarlo, el gobierno de Madrid se vio obligado a restablecer la Generalitat (el órgano secular de gobierno disuelto en 1714) y la promulgación del Estatuto de Autonomía de 1932.

La rebelión militar de 1936 y la siguiente guerra civil trajo consigo una de las épocas más lúgubres de la ciudad, que sufrió grandes bombardeos por mar y aire, miles de muertos y decenas de miles de personas tuvieron que exiliarse en el extranjero. La dictadura franquista, que se prolongó durante casi 40 años significó la liquidación de todos los logros, tanto en el aspecto cultural como el político. De nuevo fue abolido el autogobierno y el uso de la lengua propia, que tan gran desarrollo había alcanzado en el medio siglo anterior, fue prohibido y perseguido. Económicamente, tuvo que transcurrir toda una generación antes de recuperarse el mismo nivel de vida existente antes de la guerra. Sin embargo, a principios de los años 60 se inició un espectacular desarrollo económico, que junto con una nueva oleada inmigratoria creó grandes déficits estructurales. En 1957 en Barcelona ya faltaban 62.000 viviendas. La permisividad para subsanarlo, llevó consigo el urbanismo salvaje, donde aún hoy en día ciertos barrios son como ghetos para los inmigrantes. Esto también provocó grandes carencias en la red vial debido al crecimiento expansivo del parque de vehículos. La gran corriente inmigratoria se detuvo con motivo de la crisis mundial de 1973, aunque a lo largo de los años 90 se inició otra, esta vez procedente del continente africano.

Con la muerte del dictador, el general Franco, se restableció la democracia y la Generalitat, recuperando Barcelona la capitalidad de Cataluña. Esta época representó un gran crecimiento en infraestructuras, que culminó con los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992. La gran promoción con este evento trajo consigo el que hoy sea una de las primeras ciudades europeas como destino turístico, lo que ayuda no sólo su gran riqueza arquitectónica (una de las ciudades más bellas y variadas del continente) y el gran número de actos culturales y sociales de todo tipo que se celebran, sino también su entorno, situada en medio de zonas turísticas costeras (con más de 20 millones de visitantes al año) y con un creciente turismo interior de montaña (Pirineos). Sin embargo, la especulación y la falta de suelo urbano, el consiguiente encarecimiento de la vivienda y el traslado de las industrias a las poblaciones cercanas, ha llevado a la paradoja de que, pese a la gran pujanza actual (una de las ciudades más dinámicas de la Unión Europea), la población no cese de disminuir (1.750.000 en 1970 frente a 1.640.000 en 1991 y 1.510.000 en 1996), afincándose en las ciudades vecinas (cinturón metropolitano), donde no sólo la vivienda es más barata, sino que ofrecen mejores condiciones medioambientales. El cinturón de poblaciones en un radio de 20 km alrededor de Barcelona agrupa más habitantes que la propia capital.

 

Evolución del número de habitantes de Barcelona entre 1350 y 1996. Desde 1730 y 1880 se aprecia un lento y continuo crecimiento debido a la industrialización. Este aumento es muy brusco a partir de la Exposición Universal de 1888 debido al inicio de los grandes movimientos inmigratorios que se prolongarían a lo largo del siglo XX. Sin embargo, con la crisis industrial de 1973 el número de habitantes ha sufrido una clara recesión, pese a la actual recuperación económica con unos índices de riqueza francamente superiores a los de aquel año, lo que indica que el descenso demográfico obedece a causas más profundas, dado que las personas que han abandonado la capital no han ido a otras regiones, sino que se han asentado en el área metropolitana.

El haber sido a lo largo de la historia un lugar de paso y mestizaje entre pueblos de culturas muy diversas, su carácter de ciudad abierta a todas las ideas y corrientes innovadoras, así como también muy tolerante, junto al típico espíritu emprendedor catalán, le ha conferido un sello especial que la distingue de otras muchas ciudades.