Los reinos cristianos contra al-Andalus

Los reinos cristianos contra al-Andalus

El término «Reconquista»: historiografía y tradición

Según algunos académicos1 el término es históricamente inexacto, pues los reinos cristianos que «reconquistaron» el territorio peninsular se constituyeron con posterioridad a la invasión islámica, a pesar de los intentos de algunas de estas monarquías por presentarse como herederas directas del antiguo reino visigodo. Se trataría más bien de un afán de legitimación política de estos reinos, que de hecho se consideraban reales herederos y descendientes de los visigodos, y también el intento de los reinos cristianos (especialmente Castilla) de justificar sus conquistas, al considerarse herederos de sangre de los godos.

Sin embargo, al-Andalus no es menos heredero de la Hispania Visigoda que Asturias: los jefes árabes, acompañados de mercenarios bereberes, no traían ninguna civilización nueva, puesto que el islam (exceptuando el idioma árabe y la religión, que sí vienen originalmente de Arabia) no existía todavía; de la misma forma que Roma tal y como la conocemos no existe plenamente hasta el siglo I, el islam va forjándose paulatinamente a lo largo de los siglos VII al XI, como evolución de las distintas culturas ya existentes, la greco-romana en el Mediterráneo Oriental, la romana en el occidental, y la persa en Irán-Iraq. De este modo, al-Andalus sería una Hispania Romano-Visigoda en evolución, transformada por la influencia oriental (fundamentalmente Iraní e Iraquí) y por las propias creaciones surgidas dentro de al-Andalus. Por su parte, Asturias, en un principio una región muy primitiva, es igualmente heredera "menor" de la Hispania Romano-Visigoda, pero al contrario que al-Andalus, sus principales influencias según van avanzando los siglos vendrían de Francia, Italia y en menor medida de al-Andalus. Así pues, a la vez que "reconquista", es también posible utilizar los términos "guerras religiosas" o "conquista cristiana".

El término parecería asimismo confuso, más aun considerando el hecho de que tras el derrumbe del Califato (a comienzos del siglo XI), los reinos cristianos optaron por una política de dominio tributario -parias- sobre las Taifas en lugar de por una clara expansión hacia el sur; o las pugnas entre las diferentes coronas –y sus luchas dinásticas-, que solo alcanzaron acuerdos de colaboración contra los musulmanes en momentos puntuales.

Sin embargo, la temprana reacción en la cornisa cantábrica en contra del Islam (recordemos que Don Pelayo rechazó a los sarracenos en Covadonga apenas siete años después de que atravesaran el estrecho de Gibraltar), e incluso su rechazo del territorio actualmente francés después de la Batalla de Poitiers del año 732, pueden sustentar la idea de que la Reconquista sigue casi inmediatamente a la conquista árabe. Más aún, «gran parte de dicha cornisa cantábrica jamás llegó a ser conquistada»,[cita requerida] lo cual viene a justificar la idea de que la conquista árabe y la reconquista cristiana, de muy diferente duración (muy corta la primera y sumamente larga la segunda), se superponen, por lo que podría considerarse como una sola etapa histórica, sobre todo si tenemos en cuenta que la batalla de Guadalete, la primera batalla por defender el reino visigodo en el año 711, marca el inicio de la invasión musulmana. En el Siglo de Oro hubo poetas que definían y denominaban a los españoles como «godos» (como dijo Lope de Vega: «eah, sangre de los godos»[cita requerida]) y durante las guerras de independencia en América, eran también así llamados por los independentistas americanos (de allí procede el uso que se le da en Canarias para referirse al español peninsular). Es por ello, según los críticos del término, un concepto parcial, pues sólo transmite la visión cristiana y europea de este complejo proceso histórico, soslayando el punto de vista de los musulmanes andalusíes; por otro lado, en el lado cristiano puede decirse que existía conciencia de «reconquista»[cita requerida].

 

Connotados historiadores arabistas, como Ignacio Olagüe Videla en La Revolución islámica en Occidente (1974), consideran que la invasión militar árabe es un mito y sostienen que la creación de Al-Ándalus fue el resultado de la conversión de gran parte de la población hispana al Islam. Estas tesis han sido estudiadas por el conocido arabista González Ferrín en su obra Historia General de Al-Andalus, en la que hablando de la Reconquista dice «que en verdad nunca existió»; igualmente plantea que Al-Andalus «constituye un eslabón insustituible de la historia europea». La arqueología y los textos antiguos desmienten esta teoría [cita requerida], ya que si fue tan rápida la conquista de Al-Andalus, es imposible que los ciudadanos dominasen el idioma, la ciencia, el modo de vida y hasta los materiales propios de la cultura islámica.

En su España invertebrada, José Ortega y Gasset desde la filosofía, afirmaba que «Una reconquista de seis siglos no es una reconquista». Curiosamente, se usa normalmente el término «conquista de Granada» en lugar del de «reconquista de Granada».

Algunos autores[cita requerida] propusieron con poco éxito el término alternativo de «conquista cristiana», sin las implicaciones ideológicas del término «reconquista»; no obstante, el término sigue utilizándose por especialistas y profanos para designar a ese periodo histórico.

La Hispania visigoda en el momento de la invasión musulmana, durante la guerra civil

Hispania 721 d.C. una vez finalizada la conquista musulmana de los últimos reyes Visigodos Cristianos de Narbona.

Consolidación de los núcleos cristianos

En 711 se produjo en la península ibérica la primera invasión de los musulmanes procedentes de África del Norte. Entraron por Gibraltar (que precisamente debe su nombre actual a Táriq, general que desembarcó allí) y que el propio Roderic o Roderico (Don Rodrigo), uno de los últimos de los reyes visigodos, fue a rechazar, perdiendo la vida en la Batalla de Guadalete. Táriq fue llamado a Damasco, entonces capital del califato, para informar y nunca más volvió. Su lugar lo ocupó el gobernador Abd al-Aziz, comenzando el emirato independiente.

A partir de este momento empezaron una política de tratados con los nobles visigodos que les permitió controlar el resto de la península. En 716 Abd al-Aziz fue asesinado en Sevilla y se inició una crisis tal que en los siguientes cuarenta años se sucedieron veinte gobernadores. En este año, 716, los árabes comenzaron a dirigir sus fuerzas hacia los Pirineos para tratar de entrar en el Reino Carolingio.

La veloz y contundente invasión norteafricana, además de por los factores que propiciaron la expansión mundial del Islam, se explica por las debilidades que afectaban al reino visigodo:

El frágil e incompleto dominio que ejercía sobre el territorio peninsular –en 711 el rey Rodrigo se hallaba dirigiendo una campaña militar en el norte-.

La división de sus élites, con enfrentamientos vinculados a la elección de los sucesores al trono de una Monarquía (electiva) no hereditaria.

Una aristocracia terrateniente –de tardía conversión al catolicismo- superpuesta a una población, libre o servil, con condiciones vitales muy duras, entre la que latía un fuerte descontento. Muchos de ellos recibieron la conquista como una mejora de su situación.

La decadencia de la actividad mercantil derivó en una minusvaloración de la población judía, que en gran medida la protagonizaba. También ellos pudieron ver una ventaja en la situación de las minorías hebreas amparada por la jurisdicción islámica.

Tras la invasión, la resistencia cristiana cristaliza en dos focos.

El foco asturiano

Artículo principal: Reino de Asturias

Véase también: Ducado de Cantabria

Estatua de Don Pelayo en Covadonga.

En el año 718 se sublevó un noble llamado Pelayo. Fracasó, fue hecho prisionero y enviado a Córdoba (los escritos usan la palabra «Córdoba», pero esto no implica que fuera la capital, ya que los árabes llamaban Córdoba a todo el califato).

Sin embargo, consiguió escapar y organizó una segunda revuelta en los montes de Asturias, que empezó con la batalla de Covadonga de 722. Esta batalla se considera el comienzo de la Reconquista. La interpretación es discutida: mientras que en las crónicas cristianas aparece como «una gran victoria frente a los infieles, gracias a la ayuda de Dios», los cronistas árabes describen un enfrentamiento con un reducido grupo de cristianos, a los que tras vencer se desiste de perseguir al considerarlos inofensivos. Probablemente fuera una victoria cristiana sobre un pequeño contingente de exploración. La realidad es que esta victoria de Covadonga, por pequeñas que fueran las fuerzas contendientes, tuvo una importancia tal que polarizó en torno a Don Pelayo un foco de independencia del poder musulmán, lo cual le permitió mantenerse independiente e ir incorporando nuevas tierras a sus dominios.

En cualquier caso, los árabes desistieron de controlar la zona más septentrional de la península, dado que en su opinión, dominar una región montañosa de limitados recursos e inviernos extremos no valía la pena el esfuerzo. Los cristianos de la zona no representaban un peligro, y controlar el extremo más alejado supondría más costes que beneficios. De todas formas, la sorprendente expansión del minúsculo reino pronto preocupó a las autoridades califales. Hubo sucesivas incursiones (en tiempos de Alfonso II, se hizo una cada año en territorio asturiano), pero el reino sobrevivió y se siguió expandiendo, con sonoras victorias, como la batalla de Lutos, Polvoraria y la toma de Lisboa en 798.

El reino de Asturias era inicialmente de carácter astur y fue sometido en sus últimas décadas a una sucesiva gotificación debida a los inmigrantes de cultura hispanogoda huidos al reino cristiano del norte. Asimismo, fue un referente para parte del espacio cultural europeo con la batalla contra el adopcionismo. El reino estuvo por épocas muy vinculado al de los francos, sobre todo a raíz del «descubrimiento» del supuesto sepulcro del apóstol Santiago. Esta idea «propagandista» consiguió vincular a la Europa cristiana con el pequeño reino del norte, frente a un sur islamizado.

El Reino de Asturias tuvo varias escisiones. La primera a la muerte del rey Alfonso III el Magno, que repartió sus dominios entre tres de sus cinco hijos: García, Ordoño y Fruela. Estos dominios incluían, además de Asturias, el condado de León, el de Castilla, el de Galicia, la marca de Álava y la de Portugal (que entonces era sólo la frontera sur de Galicia). García se quedó León, Álava y Castilla, fundando el Reino de León. Ordoño se quedó Galicia y Portugal, y Fruela se quedó Asturias.

El foco pirenaico: formación de los reinos

Se originó a partir de la resistencia carolingia (el caudillo franco Carlos Martel había rechazado la invasión musulmana de Aquitania en la Batalla de Poitiers en 732). Posteriormente su sucesor, Carlomagno, creó la Marca Hispánica (frontera militar del sur), que dio origen a otros focos cristianos en la península: el reino de Pamplona, los actualmente llamados condados catalanes, y los de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza.

Navarra

El Reino de Pamplona, posteriormente llamado Reino de Navarra, tuvo como origen la propia familia gobernante, que había pactado con los muladíes de Tudela, la familia Banu Qasi. Su primer rey fue Íñigo Arista. A principios del siglo X, la familia Jimena sustituye a la Arista y el primer rey es Sancho Garcés I, que tiene un gran éxito militar. Pamplona llegó a controlar lo que actualmente es Navarra (su origen), La Rioja (llamado entonces «Reino de Nájera») y lo que en la actualidad es el País Vasco, y a unir dinásticamente los condados de Castilla, dependiente de León pero muy autónomo, y Aragón (tras haberse constituido como dinastía hereditaria con el conde Aznar Galíndez), Sobrarbe y Ribagorza en los Pirineos en tiempos de Sancho el Mayor. A su muerte legó su reino patrimonial (el Reino de Pamplona) a García Sánchez III de Pamplona, a quien de jure deberían estar subordinados los tenentes de las otras zonas de su reino: Fernando, que recibió el condado de Castilla; y Ramiro, que recibió el condado de Aragón para después hacerse independiente tras anexionarse Sobrarbe y Ribagorza en 1045, condados que habían sido heredados por el menor de los hermanos, Gonzalo.

Marca Hispánica

Guerreros cristianos y musulmanes

Artículo principal: Marca Hispánica

El territorio situado entre el oriente de Navarra y el mar se dividió en condados sometidos a los francos. Los condados catalanes fueron divisiones de la zona occidental Marca Hispánica y los condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza ocupaban la zona intermedia. Fue una zona de contención militar que tomaron los francos para frenar las incursiones sarracenas. Si bien la intención inicial de éstos era llevar las fronteras hasta el Ebro, la Marca quedó delimitada por los Pirineos en el norte y por el Llobregat en el Sur. Con el tiempo se independizó del dominio franco con condes como Wifredo el Velloso y Aznar Galíndez.

En la zona de los posteriormente denominados condados catalanes, el Condado de Barcelona se convirtió muy pronto en el condado dominante de la zona. Con el tiempo, tras la unión dinástica entre el el Reino de Aragón y el conjunto de condados vinculados al de Barcelona, daría origen a la Corona de Aragón. Posteriormente, los dominios de esta corona se extendieron hacia el sur y el Mediterráneo.

Aragón

Representación de Jaime I de Aragón de la época. Pertenece a los Fueros de Aragón compilados en el Vidal Mayor (1247-1252). El Reino de Aragón tiene su origen en un condado procedente de la Marca Hispánica. Se uniría debido al enlace dinástico de Andregoto Galíndez con García Sánchez I en el año 943 al Pamplona. Tras la muerte de Sancho III de Navarra en 1035, legó a su hijo Ramiro el dominio del condado de Aragón, que se emanciparía y, tras anexionarse los condados de Sobrarbe y Ribagorza, cuyo gobierno había correspondido a un adolescente Gonzalo a su muerte en 1045, Ramiro I establecería un reino de facto que comprendía los tres antiguos condados y ocupaba los Pirineos centrales. Poco después, en 1076 a la muerte de Sancho el de Peñalén, llegó a anexionarse Navarra, aunque tras la muerte de Alfonso I el Batallador la unión se deshizo. Por esa época, tras una dura lucha con las taifas de Zaragoza, el reino aragonés llegó al Ebro, conquistando la capital en 1118.

Más tarde se produciría la unión dinástica, con el matrimonio de Petronila (hija única del rey de Aragón) y Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, lo que conformó la Corona de Aragón, que agrupaba al Reino y a los Condados, si bien cada territorio mantuvo sus usos y costumbres consuetudinarios.

La Corona acabaría por unificar con el tiempo lo que hoy es Cataluña, arrebatando a los árabes el resto de Cataluña, la Cataluña Nueva, y anexionándose los restantes territorios.

El avance cristiano

Reconquista de las principales ciudades por año.

Los reinos de taifas en 1031.

Los reinos peninsulares en 1360.

El avance de los reinos cristianos en la península ibérica fue un proceso lento, discontinuo y complejo en el que se alternaron períodos de expansión con otros de estabilización de fronteras y en el que muchas veces diferentes reinos o núcleos cristianos siguieron también ritmos de expansión distintos, a la vez que se remodelaban internamente a lo largo del tiempo (con uniones, divisiones y reagrupaciones territoriales de signo dinástico); y a la vez que, también, cambiaba internamente la forma y fuerza del poder musulmán peninsular al que se enfrentaban (que experimentó diversas fases de poder centralizado y períodos de disgregación).

Asimismo la expansión conquistadora estuvo salpicada de continuos conflictos y cambiantes pactos entre reinos cristianos, negociaciones y acuerdos con poderes regionales musulmanes y, puntualmente, alianzas cristianas más amplias contra aquellos como la que se dio en la Batalla de Simancas (939), que aseguró el control cristiano del Valle del Duero y del Tormes; o la más sonada (por su excepcionalidad) y de más amplios vuelos en la Batalla de las Navas de Tolosa en 1212, que supuso el principio del fin de la presencia almohade en la península ibérica. El estudio de tan dilatado y complejo proceso pasa por el establecimiento de diferentes fases en las que los historiadores han establecido perfiles diferenciados en los ritmos y características de conquista, ocupación y repoblación.

Siglos VIII-X. Completada la conquista en apenas un lustro (711-716), al margen sólo queda una estrecha franja montañosa en el Norte. Su principal esfuerzo hasta el siglo X irá dirigido a consolidar nuevas estructuras político-institucionales sobre unas realidades socio-económicas en transformación (el asentamiento masivo de población huida del avance musulmán), configurando las bases del feudalismo en la Península. Al Oeste se afianzó el reino asturiano, extendiéndose entre Galicia, el Duero y el Nervión. Al Este la Marca defensiva carolingia germinará en diferentes núcleos cristianos pirenaicos. Su precaria situación quedará demostrada durante el reinado de Abd al-Rahman III (912-961), cuando reconozcan la soberanía del Califato, convirtiéndose en Estados tributarios.

Siglos XI-XII. La disgregación del Califato (Taifas) facilitará un lento avance cristiano por la Meseta norte y el valle del Ebro, consolidándose institucionalmente los reinos. Ello será financiado con las imposiciones tributarias (Parias) a que sometieron a los reinos musulmanes, convirtiéndolos virtualmente en protectorados. Es un período de europeización, con la apertura a las corrientes culturales continentales (Cluny, Cister) y la aceptación de la supremacía religiosa de Roma. El avance castellano-leonés (Toledo, 1085) provocó sucesivas invasiones norteafricanas –Almorávides y Almohades- que evitaron el colapso de la España musulmana. La repoblación entre el Duero y el Tajo se sustenta en colonos libres y concejos con amplia autonomía (fueros), mientras que en el Ebro los señoríos cristianos explotarán a la población agrícola musulmana.

Siglos XIII-XIV. La alianza entre los reinos cristianos (Navas de Tolosa, 1212) logra el definitivo derrumbe del Al-Andalus, conquistando con gran celeridad el sur peninsular (salvo Granada). Una expansión protagonizada por las coronas de Castilla y Aragón generará determinados problemas: la absorción de un enorme volumen territorial y poblacional. En Andalucía y Murcia, la imposición de grandes señoríos –nobles guerreros y órdenes militares- y la expulsión de las poblaciones autóctonas –agrícolas y artesanas- derivará en la decadencia económica del territorio. En Valencia y Alicante, los señoríos cristianos, de menor extensión, se superpondrán a una población musulmana que mantendrá la prosperidad económica. Problemas solapados con la crisis económica del siglo XIV y las guerras civiles que desangraron a los reinos de la España bajomedieval. De esta forma se consolida España como la nación que por excelencia resistió y contuvo los ataques musulmanes en Occidente, siendo el Reino de Hungría el guardián de Europa en el Este ante la llegada de los turcos.

Siglo XV. La supervivencia del Emirato de Granada responde a varias razones: su condición de vasallo del rey castellano, su conveniencia para éste como refugio de población musulmana, el carácter montañoso del reino (complementado con una consistente red de fortalezas fronterizas), el apoyo norteafricano, la crisis castellana bajomedieval y la indiferencia aragonesa (ocupada en su expansión mediterránea). Además, la homogeneidad cultural y religiosa (sin población mozárabe) proporcionó al Estado granadino una fuerte cohesión. Su desaparición a finales del siglo XV –además de por sus interminables luchas dinásticas- se ensarta en el contexto de la construcción de un Estado moderno llevado a cabo por los Reyes Católicos a través de la unificación territorial y el reforzamiento de la soberanía de la Corona.

La repoblación

San Miguel de Escalada, levantado en la repoblación de tierras leonesas.

En paralelo al avance militar se produjo un proceso de repoblación, hoy llamado colonización, con el asentamiento de población cristiana, que podía provenir de los núcleos septentrionales (de tierras montañosas, pobres y superpobladas), de las comunidades mozárabes del sur que emigraban al norte durante las coyunturas de incremento de la represión religiosa (al arte mozárabe se le denomina también arte de repoblación), e incluso de zonas de la Europa al norte de los Pirineos (a los que genéricamente se llamaba francos). Las modalidades de asentamiento de esa población variaron en sus características según la forma en que se hubiera producido la conquista, el ritmo de la ocupación y el volumen de la población musulmana preexistente en el territorio a repoblar. En las zonas que sucesivamente fueron frontera entre cristianos y musulmanes, nunca hubo un "vacío demográfico" o "zona despoblada", a pesar de que algunos documentos (que así lo pretendían, justificando de ese modo la legitimidad de las apropiaciones) dieron origen al concepto de "desierto del Duero", acuñado por la historiografía de comienzos del siglo XX (Claudio Sánchez Albornoz).

La llegada de los repobladores cristianos se testimonia arqueológicamente no sólo en lo más evidente (edificaciones religiosas o enterramientos), sino con cambios en la cultura material, como la denominada cerámica de repoblación.2

Sirviendo como hitos divisores los valles de los grandes ríos que cruzan la Península de este a oeste, se han definido ciertas modalidades de repoblación, protagonizadas cada una por distintas instituciones y agentes sociales en épocas sucesivas:

Entre la Cordillera Cantábrica y el Duero. En una verdadera "cultura de frontera", el rey atribuye durante los siglos VIII y XI tierras deshabitadas a hombres libres que debían defenderse a sí mismos en un entorno inseguro, y ocupar la tierra que ellos mismos iban a cultivar (presuras). Un proceso en cierta forma similar se denomina aprisio en los núcleos pirenaicos. A medida que la frontera se alejaba hacia el sur, la independencia inicial que caracterizó el espíritu del condado de Castilla (caballeros-villanos, behetrías) se fue sustituyendo por formas más equiparables al feudalismo europeo, con el establecimiento de señoríos monásticos y nobiliarios.

Entre el Duero y el Sistema Central. En los siglos XI y XII se establecieron concejos municipales a los que se atraía a la población mediante el establecimiento de sustanciales privilegios colectivos fijados por escrito en cartas aforadas (cartas pueblas o fueros). Estas ciudades ejercían el papel de verdaderos señores colectivos sobre el campo circundante (alfoz) con el que formaban comunidades de villa y tierra: Salamanca, Ávila, Arévalo, Segovia, Cuéllar, Sepúlveda, Soria, etc.

Valle del Tajo. Sin mucha aportación nueva de repobladores, se mantuvo gran parte de la población autóctona de la Taifa de Toledo (una zona densamente poblada). Se inició desde la conquista de Toledo (1086) y de forma simultánea a la repoblación del espacio más al norte, con la que comparte formas jurídicas equivalentes: Talavera, Madrid, Guadalajara, Talamanca, Alcalá de Henares, etc. Cada comunidad definida por su origen étnico-religioso (judíos, musulmanes, mozárabes y castellanos) contó con un estatuto jurídico particular. Tras la invasión almorávide se expulsó a los musulmanes, castellanizándose el reino. La sede arzobispal toledana se enriqueció con las propiedades de las mezquitas y la adquisición de otras, particularmente de familias mozárabes (mesa arzobispal de Toledo, montes de Toledo).

Valle del Ebro. Durante la primera mitad del siglo XII, los grandes núcleos urbanos como Tudela, Zaragoza y Tortosa mantienen la población musulmana, al tiempo que entran en el territorio oleadas de mozárabes, francos y catalanes que se establecen siguiendo el sistema del repartimiento, ocupando las casas abandonadas.

Cuencas medias del Guadiana, del Júcar y del Turia. Entre finales del siglo XII y principios del XIII, el rey concede a las órdenes militares españolas grandes señoríos (encomiendas), principalmente en Extremadura, La Mancha y El Maestrazgo. Alrededor de sus castillos se asientan poblaciones campesinas con libertades muy recortadas, no configurándose concejos de relevancia.

Valles del Guadalquivir y la Segura, llanura litoral valenciana e islas Baleares. Durante el siglo XIII se realiza mediante repartimientos de donadíos (grandes extensiones concedidas a los más altos nobles, funcionarios, órdnes militares e instituciones eclesiásticas) y heredamientos (medianas y pequeñas parcelas entregadas a caballeros de linaje, caballeros y peones). La población musulmana permaneció en las zonas castellanas hasta la revuelta mudéjar de 1264 y su posterior expulsión, que posibilitó el aumento de los grandes señoríos. En el reino de Valencia la población musulmana se mantuvo en las zonas rurales hasta la expulsión de los moriscos de 1609.

Religión y cultura

Representación de la derrota de las tropas musulmanas en un capitel del monasterio de Sta. Mª la Real de Nieva.

En los territorios dominados por los musulmanes continuaban existiendo, separadas pero pacíficamente, comunidades cristianas (con religión, idioma y leyes propias). Eran los llamados mozárabes. Estos eran respetados al principio, pero poseían menos derechos y más desventajas frente a los musulmanes (no podían construir nuevas iglesias, pagaban impuestos especiales...). La tolerancia se perdió a medida que avanzaba la conquista de la península (de los territorios que antes pertenecían al dominio de los visigodos por los Estados cristianos del norte, en buena parte herederos de los visigodos) y con la llegada del almorávide y almohade del Norte de África.

También en los territorios que habían vuelto a pasar bajo el dominio de los reyes cristianos seguían viviendo musulmanes. Así se producía un intercambio cultural importante entre musulmanes y cristianos. Junto con estas dos culturas coexistía la judía. Sabían, además del hebreo, el árabe y el castellano, por lo que tenían un papel importante en la traducción de textos a diversos idiomas (junto con traductores cristianos en la Escuela de Traductores de Toledo). La figura cultural judía más importante es el filósofo Moisés Maimónides. Gracias a la traducción al latín, los textos árabes tendrían difusión en otros países europeos, y no fue menos importante el hecho de que los árabes habían conservado y traducido una inmensa cantidad de textos griegos y latinos, que por esta vía volvieron a ser parte de la cultura europea.

Todavía hoy en día quedan en España influencias muy importantes de aquella época: unas 4.000 palabras de origen árabe (muchos nombres y sustantivos aunque muy pocos verbos), empleadas lógicamente con mayor profusión cuanto más al sur, monumentos de la época (fortalezas como La Alhambra, mezquitas como la de Córdoba), iglesias y palacios de estilo cristiano-musulmán (mudéjar), gastronomía (el empleo generalizado de especias y verduras en los distintos platos, infinidad de platos de nuestra comida actual, dulces de origen musulmán, el empleo de vajilla de cristal, o el orden de las comidas -1.er plato, sopa, 2º plato, carne o pescado y postre), diversas costumbres, como el hecho de llevar ropas claras en verano, así como la gran influencia que tuvieron la ciencia, la tecnología, la literatura y la filosofía no sólo en España, sino en Europa.

Fin de la Reconquista

Los Reyes Católicos acabaron la reconquista de España el 2 de enero de 1492, tomando Granada, donde se realiza una festividad el 2 de enero de todos los años. El emir Boabdil, de la dinastía Nazarí, tuvo que abandonar Granada. La tolerancia religiosa que había hasta entonces dejó de serlo con la expulsión de los judíos en 1492, y con la prohibición del culto islámico en Granada, contra los términos pactados, en 1500. Acabó del todo un siglo después, con la expulsión de los moriscos, homogeneizando así toda la península.