La técnica en la edad media

La técnica en la edad media

La temprana Edad Media experimentó un aprisionamiento del quehacer científico dentro de parámetros muy rígidos y limitantes. Culturalmente, la dedicación al saber estaba reservada sólo a las élites privilegiadas y el propio transcurrir del orden social, lento y arraigado en la costumbre, fuertemente sujetado al poder por mandato divino y a la autoridad regia, imposibilitaba una visión amplia con relación a la comprensión de la naturaleza. Desde el siglo V y durante varios siglos más, el ideal de vida y sociedad, sancionado entre otros por San Agustín, no va a guardar relación ni con el acopio de conocimientos ni con el progreso técnico. Sin que represente una ruptura absoluta de la visión agustiniana dominante, con el apogeo del escolasticismo en el siglo XIII se inicia la duda metódica, especialmente en los aspectos de interés teológico. Empero, dado el mismo carácter de las denominadas disputationes, este avance intelectual tiene un alcance muy limitado en cuanto a lo concerniente específicamente a la ciencia, puesto que las controversias escolásticas se caracterizaron por afirmarse en la tradición de apelar a la autoridad para saldar las contradiciones entre las teorías y los hechos. En realidad, como en ningún otro campo, en la medida que los grandes escolásticos se ocuparon de las ciencias naturales, siguieron aplicando a éstas el método basado en la prueba de autoridades y en la deducción.

Es digno de mencionar que al menos una de estas figuras fue un adelantado de su tiempo. Roger Bacon tenía un enfoque para la ciencia que hace recaer la prueba sobre el contenido de su verdad en la experimentación, y no en otras verdades extraidas de tratados y compendios, por muy importantes que éstos sean. La mentalidad medieval estaba hasta tal punto cerrada a enfoques alternativos para el tratamiento del conocimiento, que Bacon pagó con largos años de carcel su atrevimiento de realizar experimentos científicos, considerados como cosa de magia o brujería 1. Por ello, es plausible considerar el desarrollo tecnológico de la Edad Media con suficiente independencia de los progresos en el saber específicamente científico. Por supuesto, en el desarrollo de la tecnología medieval van a surgir serias restricciones también, pero en este caso las variables condicionantes se corresponden con un complejo de hechos sociales y actitudes mentales mucho más amplio.

Se puede constatar que la temprana tecnología medieval avanzó sometida a fuerzas parecidas a las que condicionaron la tecnología de la Edad Antigua. En efecto, la técnica en las civilizaciones antiguas estaba circunscrita geográficamente, su desarrollo tenía límites a partir del cual se hacía estacionario, y sólo se disponía de fuentes de energía conseguidas naturalmente, como el viento, el agua y principalmente la fuerza humana y animal. Estas restricciones van a estar también presentes en la temprana Edad Media, creando un complejo de factores para el desarrollo de la tecnología que puede caracterizarse someramente. Primero, las artes y las técnicas se encontraban subordinadas a las normas sociales, siendo éstas el producto directo de la experiencia colectiva. Segundo, estaban basadas en necesidades que eran ellas mismas determinadas por la práctica social, permaneciendo dentro de los límites de las tradiciones sociales y culturales existentes. Tercero, allí donde las condiciones reflejaban fuertes incentivos para la aparición de invenciones, su irrupción significaba un hecho discontinuo del cual no se agotaban todas sus posibilidades prácticas 2.

Un par de ejemplos puede ilustrarnos este paralelismo. En el caso de la Antigüedad, se constata que la utilización del vapor para hacer funcionar ciertas máquinas elementales ya era conocido por los griegos en sus principios fundamentales. Sin embargo, los griegos no lograron explotar los recursos energéticos en gran escala y, en rigor, no necesitaban con urgencia instrumentos de producción de energía ahorradora de trabajo, puesto que el sistema de esclavitud les proporcionaba el suficiente recurso energético requerido. De la misma manera, el temprano mundo medieval, signado por las pugnas territoriales, generó un fuerte incentivo para la invención de instrumentos de guerra. Hacia 1050, se inventan las primeras armas manuales mecanizadas, las ballestas, constituidas por un mecanismo (la manivela de dos manetas) que conseguía una gran tensión de arcos grandes, los cuales si eran de acero y utilizaban dardos cortos podían atravesar cotas de malla a 300 metros. Empero, esta invención no modificó sustancialmente la forma de hacer la guerra, puesto que no se logró combinar su efectividad con una mejor organización militar.

Si bien el desarrollo de técnicas y habilidades artesanas estuvo presente a lo largo de toda la Edad Media, las actitudes mentales respecto al potencial que éstas encerraban no se va a revelar parcialmente sino hacia el final del período medieval tardío. La idea de novitas, de innovación, de transformación, implícitas en las artes y las técnicas, es un concepto ajeno a la mentalidad medieval. Por ejemplo, la construcción de monumentales catedrales (Chartres y Notre Dame en Francia, Durham en Inglaterra) estaba más en consonancia con el espíritu idealista y religioso prevaleciente, que con la búsqueda de innovaciones o con fines materiales; se da por sentado que las catedrales se construían para honrar la gloria de Dios. Sin embargo, la revolución arquitectónica inmersa en estas obras es la expresión manifiesta de muchas mejoras técnicas de gran utilidad posterior. De hecho, más allá del ideal espiritual, las catedrales llevaron a sus constructores a explorar, a experimentar, a intentar lo que no se hubiera intentado en la búsqueda de soluciones eficientes a los problemas que presentaban. La construcción de estas obras, tanto por su dimensión y otros aspectos inherentes, como el transporte y tratamiento de los materiales utilizados, la capacitación de mano de obra artesana, la división de las tareas, supusieron un impulso importante en el desarrollo de habilidades y conociminetos técnicos, marcando la pauta de un incipiente aprendizaje tecnológico.

El férreo dominio ejercido por la Iglesia en todos los ámbitos de las actividades realizadas por los europeos medievales, les permitía establecer controles y sanciones sobre las artes y técnicas que pareciesen amenazar, por el potencial de explotación que incubaban, la hegemonía eclesiástica. En Inglaterra, los monjes llevaron a cabo una activa campaña contra los molinos manuales desde finales del siglo XIII, y contra las mujeres poseedoras de conocimientos médicos y sobre hierbas medicinales, a menudo utilizadas en prácticas abortivas, por lo cual fueron perseguidas y acusadas de brujería. Paradójicamente, fueron algunas comunidades monásticas las que también desarrollaron un sin número de técnicas elementales, necesarias para alcanzar el nivel de autarquía perseguido. Todas esas comunidades se tornaron a tal punto prácticas que lograron evitar las recurrentes hambrunas sin destruir el ambiente. Como lo resalta Dickson (1985), aunque el trabajo de los monasterios era parte de una disciplina espiritual y no tenía, en principio, la finalidad de producir artículos para el mercado, los progresos hechos por los monjes en cuanto a provisión de agua, a técnicas de construcción y a agricultura pueden ser considerados, hasta cierto punto, la base del desarrollo de las artes y técnicas medievales.

A pesar de las restricciones, desde el período altomedieval, algunas regiones de Europa experimentarán, por primera vez, la utilización a gran escala de una tecnología compuesta de máquinas elementales, fundamentalmente como fuentes de energía. En Inglaterra existían alrededor de seis mil molinos de agua, según un censo del año 1086. Los molinos de agua no sólo se empleaban para moler grano y elevar agua, también proporcionaban la energía para hacer pasta de papel con trapos, se utilizaban para hacer funcionar los martillos y las máquinas de cortar de una herrería, serrar madera, proporcionaban la energía para hilar la seda y hacer girar las pulidoras de los armeros. Igualmente importante fuente de energía lo constituían los molinos de viento, bastante extendidos por toda Europa hacia finales del siglo XII. Cumpliendo más o menos las mismas funciones que los molinos de agua, fueron evolucionando, no obstante, más rápidamente. Se requería perfeccionarlos continuamente para ayudar en la habilitación de tierras y mantener las zonas bajo el nivel del mar libre de las aguas. Las máquinas que servían de fuentes de energía, junto con la fuerza de trabajo humana, constituyeron la base sobre la que se asentó la estructura económica medieval. Al respecto Mumford (1971) ha acotado que la difusión de energía fue una ayuda para la difusión de la población; y en tanto el poder industrial fue representado directamente por la utilización de la energía, más bien que por la inversión financiera posterior, el equilibrio entre las varias regiones de Europa y entre la ciudad y el campo dentro de una región se mantuvo bastante igualado.

La formidable invención representada en los relojes mecánicos, de los cuales hay registros claros desde principios del siglo XIV, constituye sin duda la prueba fehaciente que, con todas las limitaciones, la técnica medieval alcanzó cotas elevadas si se mide por el nivel de creatividad empleado en el campo de la mecánica aplicada. Señala Cipolla (1999) que fue precisamente entre finales del siglo XIII y principios del siglo XIV, cuando aparecieron también las primeras piezas de artillería y no es una casualidad que el reloj mecánico y el cañón aparecieran casi al mismo tiempo. Ambos fueron el resultado de un desarrollo notable en la capacidad de trabajar los metales y muchos de los primeros relojeros también fueron fabricantes de bombardas. Aunque la invención de los relojes mecánicos no tuvo una influencia significativa inmediata en los procesos de producción, el aprendizaje y la focalización en detalles minuciosos implícitos en su construcción, significó un gran adelanto, sirviendo de modelo para muchos otros tipos de mecanismos. El perfeccionamiento de los diferentes tipos de engranaje y de transmisión que se crearon contribuyó al éxito de muy diferentes clases de máquinas. Así mismo, los relojes mecánicos, al extenderse fuera de los monasterios, introdujeron una nueva regularidad en la vida del trabajador y del comerciante, pues el reloj se convirtió no sólo en un medio de tener una medida de las horas sino también en un sincronizador de las acciones.

Algunos otros inventos característicos del período medieval europeo estaban más vinculados al quehacer de artesanos, imbricados en las actividades características de la expansión comercial, por ejemplo, la tejeduría. Por esta razón, invenciones rudimentarias eran incorporadas en la medida que los mejores resultados productivos pudieron ser explotados económicamente. El desarrollo de la industria textil procuró el incentivo para una serie de invenciones en las actividades vinculadas con la fabricación de tejidos. Se incorpora la mecanización por medio de los batanes; molinos batidores de paños que movían grandes mazas por medio de la energía hidráulica. El batán se usaba para limpiar y fortalecer los tejidos de lana. También se produce la invención de la rueca de hilar, que apareció hacia finales del siglo XIII, resultando una innovación muy provechosa. La llamada “Gran Rueca” consistía simplemente en un marco en el que se afirmaba el huso, y de una rueda y una polea que la hacían girar; posteriormente se fue mejorando su diseño y aplicaciones hasta derivar en la más compleja “Rueca de Sajonia” y en las sofisticadas máquinas italianas para la torsión de la seda, que aparecen hacia 1350.

Hacia el siglo XI, las mejoras técnicas introducidas en la incipiente industria textil flamenca supuso la fabricación de piezas de lana tejidas de forma estándar, susceptible de ser ensambladas con diversos materiales. En realidad se trató de tres progresos técnicos: en el propio telar, en el apresto y en la tintura. El telar horizontal masculino, urbano y accionado por dos trabajadores sustituye al telar vertical tradicional, manejado por mujeres en los gineceos de los grandes dominios. El nuevo telar tiene la capacidad de producir paños mucho más anchos, como la llamada “capa frisona”. La fabricación del tejido se dividía en una serie de operaciones claramente diferenciadas entre sí, prefigurando una neta división del trabajo que proyectó el importante desarrollo textil alcanzado por los flamencos (Contamine et. al., 2000). Estos nuevos instrumentos resultaron sumamente ventajosos en la medida que fue posible ampliar el volumen de producción para los mercados. El batán hidráulico permitía abatanar un paño en cuatro o cinco días; tarea que antes se realizaba en nueve o diez; el torno de hilar posibilitó aumentar al triple la producción de hilo por unidad de tiempo con relación a la rueca normal.

De manera similar, las técnicas para la producción de alimentos y el manejo de rebaños mejoraron sustancialmente, siendo la introducción de la rotación trienal de cultivos el cambio más significativo. La rotación trienal se adoptó gradualmente en sustitución de la tradicional rotación bienal, en la medida que se experimentaba un proceso de expansión de las fronteras de tierras agrícolas en producción, impulsado por el aumento demográfico y del comercio. Por la misma razón, hubo incentivos para mejorar las técnicas de desecamiento de pantanos y la construcción de rudimentarios canales y embalses que evitaran el desborde de los ríos. La rotación trienal significó un aumento aproximado de 50% de la tierra cultivable, y el trabajo agrícola quedó más uniformemente distribuido a lo largo del año, al escalonarse las operaciones de arado, siembra y cosecha entre las diversas estaciones, al igual que el empleo de las tierras. Los aperos de labranza mejoraron cuantitativa y cualitativamente. Junto con el arado de vertedera, el arado clásico y el rastrillo, se utilizan los demás instrumentos para la escardadura, de forma complementaria, llevándose a cabo una mejor preparación del suelo. Por el contrario, se constata un relativo estancamiento en lo que se refiere a las prácticas de abono. La incapacidad de conseguir técnicas efectivas para lograr la regeneración de los suelos se constituyó en una de las debilidades principales de la agricultura altomedieval.

La explotación del arado exigió la utilización preponderante del caballo en la agricultura. Los caballos utilizan el forraje de forma más eficiente que los bueyes, pero sin arreos ni herraduras adecuadas son unos animales de tiro ineficaces. El incentivo para utilizar el caballo llevó, hacia finales del siglo XI, a un rápido mejoramiento técnico de los aperos necesarios para manejarlo. La introducción del cultivo trienal, a su vez, permitió la siembra de avena, cultivo ideal como alimento para los caballos. Así pues, como lo resume Perdue (1996), en el siglo XIII el sistema agrícola medieval relacionó estrechamente sus tres elementos básicos. El arado de vertedera mantenía una población más densa que podía desbrozar tierra más fértil, utilizando la tracción más eficiente de los caballos y alimentándolos con avena procedente de la rotación trienal.

Los viajes de exploración y de comercio que realizaron los europeos hacia China, con mayor constancia desde mediados del siglo XIII, siguiendo las legendarias rutas de la seda, siendo el viaje de Marco Polo, en su interés y motivación, el más representativo, conllevaron la transferencia hacia Europa de una serie de conocimientos y de técnicas producidos por la civilización china, así como invenciones provenientes de la India, de la antigua Persia y del mundo musulmán 3. El retraso relativo de la Europa medieval respecto a estas civilizaciones en cuanto a conocimientos técnicos se refleja, por ejemplo, en el hecho que, a principios del siglo XIII, no había aún en la literatura occidental nada que pudiera compararse con la enciclopedia tecnológica elaborada por el artesano árabe Al-Jazari, hacia 1205. Una de estas transferencias tecnológicas la representó el proceso de aprendizaje de las mezclas químicas incendiarias usadas por los chinos, a partir de las cuales crearon la pólvora. El resultado de la utilización de la pólvora por los europeos, más allá del uso característico que se le daba en el imperio oriental para producir fuegos artificiales, derivó en la creación del cañón, hacia el año 1324. Sin embargo, los cañones no modificaron en lo inmediato y de manera decisiva la naturaleza de la guerra; sólo sería un siglo después que el poder de fuego comenzó a ser determinante en el campo militar, particularmente en los conflictos navales.

En realidad, no sólo se dio un proceso de transferencia tecnológica de Oriente hacia Occidente, sino que también entre la regiones más dinámicas económicamente de la Europa medieval funcionó un proceso similar de transferencia de conocimientos y de movilidad de técnicos y artesanos, en términos, por supuesto, del estado del arte existente en el período medieval. Las regiones más avanzadas tecnológicamente eran Italia y los Países Bajos, seguidas de Francia, cuyo desarrollo fue obstaculizado por los desastres provocados por la guerra de los Cien Años, para luego recuperarse de manera rápida. Con el estímulo y la influencia del desarrollo del comercio y vinculado a la transferencia de tecnología, también Alemania occidental y meridional experimentó un notable desarrollo técnico; hacia finales del siglo XV los alemanes eran insuperables en las técnicas de la minería y de la metalurgia. Aunque Inglaterra se incorporó relativamente tarde a este proceso, su desarrollo técnico fue bastante rápido, aprovechándose de la capacidad de los ingleses de atraer mano de obra cualificada extranjera. Cipolla (1999) documenta que el fenómeno de la movilidad de mano de obra y de “fuga de cerebros” se dio a gran escala y tuvo un gran peso en la historia de la economía y de la tecnología europea que abarca hasta finales del siglo XV. Los artesanos abandonaban a menudo sus pueblos natales y no era menor la movilidad de los artesanos urbanos. Frecuentemente maestros artesanos o grupos de maestros artesanos se trasladaron de una ciudad a otra, huyendo de disturbios políticos, de una epidemia o de una crisis económica.

A tenor de las consideraciones anteriores, el desarrollo tecnológico altomedieval entraña como mínimo tres aspectos a resaltar. Primero, a pesar de su abundancia e ingenio, existieron durante todo este período limitaciones establecidas por el orden social prevaleciente, impidiendo u obstaculizando la utilización óptima de la tecnología. Segundo, el incremento de la población y la expansión del comercio constituyeron factores que propiciaron el esfuerzo inventivo, reflejado, por ejemplo, en las técnicas de desecamiento de pantanos y de construcción de diques, conforme la presión de la población por nuevas tierras para el cultivo aumentó. Tercero, a partir del año 1100 aproximadamente, los europeos comenzaron a desarrollar su propio enfoque particular de los asuntos técnicos, lo que a largo plazo resultó ser singularmente fructífero. Si bien otras civilizaciones distintas a Europa, estaban en un nivel superior en cuanto a invenciones, particularmente China, y aunque los europeos importaron algunos de sus inventos, no importaron con ello las actitudes de éstos hacia el conocimiento y la tecnología, lo cual marcaría, con el paso de los siglos, una diferencia determinante para el desarrollo económico de ambas