El fin de la república romana

El fin de la república romana

El colapso de la República

El poder de Roma se vuelve contra ella

 

 

Augusto, el primer emperador,  

Julio César cae asesinado a la entrada de la Curia. Un nutrido grupo

 de senadores, con Brutus a la cabeza, se había conjurado para darle

 muerte, en un intento desesperado por salvar la República.

El conflicto de los Gracos

Estos enfrentamientos entre los guardianes de las antiguas tradiciones 

romanas y los partidarios de las novedades venidas de Grecia 

volvieron a introducir –a mediados del siglo II a.C.- un clima de 

gran agitación en el interior de la ciudad, que cristalizó con el

 famoso conflicto de los Gracos.

Los Gracos eran dos hermanos de ideas avanzadas que, como Tribunos

 de la Plebe y en defensa de sus intereses, reclamaban una 

reforma agraria: la distribución gratuita de tierras entre los

 ciudadanos más pobres de Roma, en perjuicio de los

 todopoderosos terratenientes.

Los dos fueron asesinados. El mayor, el mismo día en que acababa 

su mandato de Tribuno, pues los Tribunos de la Plebe 

–como dijimos- eran sagrados e inviolables. Con el hermano

 menor, sin embargo, ni siquiera esperaron a que expirara 

su mandato.

La crisis del siglo I a.C.

La muerte violenta de los Gracos dio comienzo al siglo I a.C., el más

 terrible y convulso de la Historia de Roma. Durante ese siglo, 

Roma se desangró en interminables Guerras Civiles, cuya

 causa era precisamente su poder y sus inmensos dominios.

En efecto, las instituciones Republicanas, que habían servido para

 gobernar la ciudad durante 500 años y la habían conducido a

 la conquista del Mediterráneo, eran insuficientes para 

administrar sus posesiones.

Los romanos habían dispuesto sus leyes para evitar que un solo hombre

 ostentara el poder absoluto, pero los generales romanos se 

habían vuelto demasiado poderosos. Apoyados en sus 

legiones y en los recursos de las provincias que gobernaban,

 pugnaban entre sí para hacerse con el poder en solitario. 

Primero Mario y Sila, después Julio César y Pompeyo

sumieron el Mediterráneo en un baño de sangre.

La obra de Julio César

Al final de este periodo convulso destaca la figura gigantesca de 

Julio César: el hombre que, por fin, consiguió concentrar

 en su mano todos los poderes políticos de forma indefinida

. Pero Roma, orgullosa de su tradición republicana, no estaba

 madura para semejante cambio, y Julio César fue asesinado

 por un nutrido grupo de senadores en el año 44 a.C.

 

El arquitecto del nuevo régimen

 

Augusto utilizó profusamente la iconografía para reforzar la legitimidad 

de su poder. En esta pieza (llamada "Gemma Augustea", 22 cm. 

de ancho, tallada hacia el año 10 a.C.), aparece representado

 como Júpiter, sentado junto a la diosa Roma.

La sucesión de Julio César

Ante el cadáver de César y los ojos del pueblo, Marco Antonio

 –al que todos creían su sucesor natural- rompió los 

sellos de su testamento. Julio César adoptaba a título 

póstumo y dejaba como único heredero... al joven 

Cayo Octavio (conocido después como Augusto).

 Todos quedaron atónitos, especialmente el

defraudado Marco Antonio.

Cayo Octavio apenas tenía 18 años, y era un joven inteligente

 y reservado, de aspecto enfermizo, pariente lejano 

de Julio César, en quien el dictador creyó descubrir

 las extraordinarias cualidades que Roma necesitaba.

 Y no se equivocó.

Octavio gobernó Roma junto con Marco Antonio, hasta que 

consiguió deshacerse de él, en la última de las guerras

 civiles que asolaron la República. La victoria sobre 

Marco Antonio y Cleopatra (su aliada y amante), 

el año 31 a.C., colocó Roma en sus manos. Habían

 pasado 13 años desde la muerte de César.

El arquitecto prudente del Imperio

Todos eran conscientes de que Augusto se proponía ocupar

 el poder en solitario, pero él, astuto y prudente, nunca

 lo proclamó abiertamente. Mientras iba edificando 

el Imperio, repetía sin descanso que todas las 

modificaciones estaban destinadas amejorar 

el funcionamiento de la República.

Las reformas, lentas y escalonadas, se espaciaron 

cuidadosamente durante décadas a lo largo de su

 extenso reinado, de más de 40 años. Al principio, llegó

 incluso a fingir que abandonaba la vida pública para 

devolver la normalidad a la República. Cuando la 

ciudadanía y el Senado, sabedores de que sólo él lo

separaba de una nueva Guerra Civil, le suplicaron que

 renovara su mandato, sólo permitió una prórroga temporal,

 y tardó mucho tiempo en aceptar del Senado un poder 

indefinido.

Exhaustos tras un siglo de enfrentamientos civiles,

 proscripciones y matanzas, Roma concedió todo su

 apoyo a ese hombre sereno y prudente, que ofrecía

 paz y orden a cambio del dominio del estado.

La fecha para el comienzo del Imperio suele fijarse en el año

 27, momento en que el Senado le concede el 

título de Augusto, un calificativo de carácter 

religioso, que elevaba a su portador por encima del resto

 de los hombres. Éste también pasó a ser el nombre del 

octavo mes del año, aquel en el que había nacido el salvador de Roma.

Respetando la idiosincrasia romana, que detestaba profundamente 

la monarquía, Augusto supo combinar con inteligencia 

tradición y renovación al crear el Imperio, una 

nueva forma de gobierno en la que el emperador no sería 

un rey, ni un tirano, sino el primero de los senadores,

 destinado a velar por el bienestar de todos.

Una edad dorada

Como un reflejo de la paz pública y de la bonanza económica, 

el reinado de Augusto inauguró la época más brillante

 de la cultura romana. Algunas de las figuras más 

destacadas de la literatura: Virgilio, Ovidio, Tito Livio...

 cantaron las excelencias del nuevo orden. Sus obras, 

armoniosas y equilibradas, constituyen el período de 

más puro clasicismo en el arte y la literatura romanos: 

una edad dorada a la que los autores de todas las épocas

 acudirían una y otra vez con añoranza.

Aliviada tras el infierno de las Guerras Civiles, todo en la ciudad

 proclamaba el nacimiento de una nueva era de paz y 

prosperidad, la gloria del Imperio y la llegada al 

Mediterráneo de la Pax Romana.